Richard Branson inauguró este lunes el primer aeropuerto espacial. Un edificio ecológico construido por Norman Foster en un paraje deshabitado de Nuevo México. Se trataba de relanzar su empresa Virgin Galactic, que promete convertir en astronautas a personas corrientes. Pero también de potenciar su perfil de empresario pionero, siempre dispuesto a explorar nuevas áreas de negocio.
La fecha del primer vuelo nadie la sabe y nadie la dijo ayer aquí. Pero Branson y su entorno se esmeraron en transmitir la impresión de que está a la vuelta de la esquina. Hace unos años el empresario llegó a decir que el primer vuelo despegaría en 2007. Pero la crisis demoró los plazos y Virgin dice ahora que debería terminar sus vuelos de prueba a finales del año que viene y empezar a enviar turistas al espacio justo después.
Virgin acaba de anunciar el fichaje de Michael Moses, responsable de los últimos vuelos de los transbordadores de la NASA. La agencia ha firmado hace unos días con la empresa un contrato que permitirá a sus ingenieros fletar hasta tres vuelos con fines científicos a cambio de unos cuatro millones de euros.
El aeropuerto está en un lugar donde los móviles no suenan y apenas hay rastro de la civilización. Pero la intención de la gobernadora republicana Susana Martínez es que el aeropuerto ayude a crear empleo y a potenciar el turismo en toda la región.
En la inauguración, Branson fue fiel a su estilo heterodoxo e informal. Primero en vaqueros y con la melena al viento. Luego anunciando el nombre del aeropuerto enfundado en un mono y abriendo una botella de champán en la fachada colgado de un arnés. Estaban su madre, sus hijos y su esposa. Y en cierto modo su padre fallecido. "No puede estar hoy aquí", dijo Branson con un toque de humor negro, "él se fue al espacio antes que nosotros".
Llenar el vacio de la NASA
El empresario británico no es el único que aspira a llenar el vacío dejado por la NASA, que liquidó este año su programa de transbordadores por las estrecheces de la crisis. Pero por ahora ninguno de sus rivales ha llegado tan lejos como él. Y no sólo por este aeropuerto, que han financiado casi por entero los ciudadanos de Nuevo México con sus impuestos. También por una aeronave que se ha ejercitado en 17 vuelos de prueba y a la que según Branson le queda cada vez menos para ser la primera aerolínea comercial que lleva a sus clientes al espacio.
La nave de Branson está hecha con fibra de carbono y es obra de Scaled Composites. Una empresa cuya sede está en Mojave (California) y cuyos ingenieros diseñaron un prototipo parecido hace siete años. Esta vez el cohete está incrustado en la tripa de una nave nodriza que tiene la forma de dos aviones adosados a una sola ala. Al alcanzar los 15.000 metros, el cohete se desprenderá de la nave y emprendera su aceleración. Es entonces cuando los futuros astronautas podrán ver el planeta desde el aire y experimentar por unos minutos la ingravidez.
Al margen de Branson, los protagonistas ayer fueron sus primeros astronautas. Unas 460 personas a las que ha convencido para poner un depósito que les garantiza la condición de pioneros en su aventura espacial. Aquí vinieron ayer unas 150 de países tan distintos como Australia, México o Irán.
El billete cuesta 200.000 dólares: unos 170.000 euros al cambio actual. En España el paquete lo vende en exclusiva la agencia Bru & Bru, cuyos responsables son Ana Bru y Ramón Segarra. Esta vez ellos no han podido venir. Pero unos 15 españoles ya están en la lista y ella y su esposo serán los primeros en ir al espacio. "Tenemos muy buena relación con Richard Branson”, explicaba Ana hace unos días por teléfono, "él nos llama la pareja galáctica”.
Quien sí estaba ayer aquí eran Kiko y Diana. Dos portugueses que son amigos desde niños y se sumaron casi a la vez al sueño espacial. "Estamos intentando ir los dos en el mismo vuelo pero no es fácil", explica ella, "aun así será algo muy especial porque ningún portugués ha ido nunca en un vuelo al espacio".
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